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ARTÍCULO ORIGINAL
Rev Psicol Hered. 2020; 13(1): 12-19
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Unidad de Investigación, Consultora Despertares LHML. Chimbote, Perú.
a
Doctor en Psicología por la Universidad Peruana Cayetano Heredia. Psicólogo por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Director General de Consultora Despertares LHML ORCID: https://orcid.org/0000-0003-0957-2577
Un trastorno psicológico llamado TRAPSIPO
A psychological disorder called TRAPSIPO
Luis Hesneide Morales-López
1,a
RESUMEN
Este artículo postula la existencia de un trastorno psicológico que se presenta en ciertas personas que viven en
condiciones de precariedad económica. Un trastorno que es posible denominarlo con la sigla TRAPSIPO (Trastorno
Psicológico de la Pobreza) y que, como cualquier otra entidad nosológica, tiene sus signos y síntomas, cuyas
características principales son la desesperanza, la baja autoestima, la apatía, el negativismo, el pesimismo, entre
otros. Se analizan sus diversos factores y se plantean criterios de diagnóstico diferencial frente a los denominados
trastornos depresivos. Además, se analizan las implicaciones sociales del reconocimiento de este trastorno.
PALABRAS CLAVE: trastorno, diagnóstico diferencial, psicología, pobreza, políticas públicas.
SUMMARY
This article argues that the TRAPSIPO (by its initials in Spanish) is a psychological disorder in certain people living
in poverty. A disorder that, like any other, has its signs and symptoms such as: hopelessness, low self-esteem, apathy,
negativism and pesimism, among others. Its multiple factors are analyzed and also criteria for differential diagnosis
with the depressive disorders are established. Further, social implications regarding to acknowledging this disorder
are discussed.
KEYWORDS: disorder, differential diagnosis, psychology, poverty, public policies.
INTRODUCCIÓN
Considero que tres son los factores principales,
además de la frecuente interrelación que he tenido con
quienes viven con el mínimo para subsistir -sobre todo
en los últimos años con motivos de mi tesis doctoral-
los que me han llevado a plantear el Trastorno
Psicológico de la Pobreza (TRAPSIPO) como una
nueva entidad nosológica.
El primer factor descansa sobre la trayectoria y los
aportes del Dr. Reynaldo Alarcón Napurí, en el área de
la Psicología de la Pobreza, quien, al respecto reere:
La pobreza es algo más que un estado de depresión
económica y una forma de injusticia social. Es un
poderoso factor que inuye sobre la conducta de
los individuos, estableciendo un patrón modal de
vida entre la gente que se encuentra sometida a ella.
Genera sistema de valores, actitudes, estilos de pensar,
sentir, reaccionar, formas de conducta más o menos
uniformes que pone a los grupos pobres en franca
diferencia en cuanto a su comportamiento, de los
individuos de los estratos socioeconómicos medios y
elevados. (Alarcón, 1986, p.98)
El segundo es el relacionado al enfoque sociológico
de la pobreza propuesto por Oscar Lewis, quien acuñó
el concepto “cultura de la pobreza” haciendo alusión
a la cotidianidad de diferentes personas y familias
que viven esta condición (Lewis, 1972). Al respecto,
a pesar del valor descriptivo de su caracterización y
de señalar que la cultura de la pobreza surge como
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DOI: https://doi.org/10.20453/rph.v13i1.3849
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consecuencia de vivir en entornos socioeconómicos
desfavorables, lo que es resultante de sociedades
desiguales e inequitativas, puede decirse que su aporte,
a juzgar por las descripciones que hace de las familias,
contiene atisbos de la idea de que los pobres, al estar
inmersos en esta cultura, son, de alguna manera,
responsables de esta situación. Frente a tal conclusión,
sería posible culpar a los pobres por permanecer en
esta condición de vida.
El tercer factor es el relacionado con la cada vez
más abundante literatura en torno al impacto que las
carencias sensoriales o sociales durante los primeros
años de vida tienen sobre el cerebro. Es decir, la
evidencia de esta nueva entidad nosológica descansa
en hallazgos sólidos, tangibles, de que vivir en
condiciones de pobreza tiene su correlato anatómico
y siológico en diversas zonas del cerebro de las
personas que están inmersas en estas condiciones
de precariedad (Kandel, 2005; Merz et al., 2019).
Al respecto, Babcock (2014) señala que la pobreza,
condición asociada a elevados niveles de estrés, afecta
el desarrollo cerebral. Por su parte, Mathewson (2017)
arma que cuando se vive en pobreza el sistema
límbico constantemente envía mensajes estresores
y de temor al córtex prefrontal, al que sobrecargan
impidiendo el desarrollo de habilidades de solución
de problemas, de jar metas y de completar tareas de
manera eciente. La exposición a constantes eventos
estresores y a continuas situaciones de vulnerabilidad
genera modicaciones en el cerebro. Asimismo,
Rocheleau (2019), arma que las personas de escasos
recursos económicos tienen menor volumen de tejido
celular en las áreas del hipocampo y en las del lóbulo
frontal y temporal, las cuales son zonas importantes
para las funciones de la memoria y el pensamiento
complejo, tales como el razonamiento y la toma de
decisiones.
Cabe enfatizar que el devenir de la nomenclatura
nosológica descansó siempre en alguien con “ojo
clínico”, lo que permitió reconocer tal o cual trastorno
que, de otra forma, se habría mantenido ignorado
durante largo tiempo. Tal es el caso, por ejemplo, del
Trastorno Negativista Desaante, que por primera
vez apareció como trastorno en 1980 en el DSM-
III. Se consideraba tan sólo como característica
de un mal comportamiento de todo aquel niño y
adolescente que presentaba conductas negativistas,
desaantes y desobedientes y comportamiento hostil
hacia las guras de autoridad. Ahora es ampliamente
aceptado de que se trata de un trastorno, aunque los
cuestionamientos sobre sus síntomas, severidad y la
frecuencia con la que aparece han sido una constante.
La propuesta del TRAPSIPO como una nueva entidad
nosológica seguirá probablemente la misma dirección,
la de despertar ciertos cuestionamientos, por ello es
válido referirse con detalle a sus signos y síntomas, así
como a los factores que estarían detrás de su aparición
y su posible tratamiento.
Al respecto, es característico en aquellos individuos
con TRAPSIPO haber perdido toda esperanza de
progresar y de no poder hacer nada para solucionar
las dicultades que se presentan en la vida. La actitud
derrotista, la apatía, la desidia, la renuncia a un mejor
porvenir, la conformidad con la situación en la que
se vive y la actitud resignada de no ver alternativa de
cambio de los acontecimientos adversos son típicos
en ellos. También los caracteriza la inclinación a caer
en los vicios, no planear para el futuro, no tener la
tendencia a ahorrar, considerar que la vida no tiene
sentido y que es mejor vivir el día a día a causa de
que el futuro es incierto. Además, la aversión a tomar
riesgos.
Es importante enfatizar que junto a la pobreza, que
es el principal factor que desencadena el TRAPSIPO,
existen otros factores que estarían potenciando el
surgimiento de este trastorno, entre los cuales están el
pertenecer a una familia sin cohesión, sin organización
y sin reglas y/o con alto nivel de conicto entre los
miembros; haber sufrido abandono en la niñez o haber
estado en situación de orfandad, haber sido víctima de
explotación infantil y, en algunos casos, haber tenido
padres alcohólicos.
Vale señalar que la pobreza se dene, siguiendo
a Sen (2000), como el sinnúmero de experiencias
y condiciones que menoscaban la posibilidad de
desplegar todas las potencialidades que tiene la
condición humana y que priva a la persona de una
existencia prolongada y sana, productiva y creativa,
así como de poder disfrutar de una adecuada condición
de vida, de una plena libertad, dignidad y respeto por
sí mismo y de los demás.
Considerando que la categoría diagnóstica que
aquí se propone como TRAPSIPO es un desorden que
compromete básicamente la psiquis de las personas,
es de suma utilidad llevar a cabo un diagnóstico
diferencial con los denominados trastornos depresivos,
que según la Organización Mundial de la Salud (2019)
forman parte de los trastornos del estado de ánimo,
toda vez que existe la posibilidad de que se pueda
concebir que el TRAPSIPO está dentro de estos
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trastornos y que éste no representa una entidad nueva.
El delimitar sus manifestaciones permitirá dilucidar
cualquier confusión o imprecisión.
Al respecto de los trastornos depresivos, y
especícamente del trastorno depresivo recurrente, la
Organización Mundial de la Salud (2019) a través del
CIE-11, indica que éste se caracteriza principalmente
por antecedentes de al menos dos episodios depresivos
en los que han sido frecuentes un estado de ánimo
casi a diario deprimido o disminución del interés
en las actividades durante al menos dos semanas,
acompañado de otros síntomas como dicultad para
concentrarse, sentimientos de inutilidad o culpa
excesiva o inapropiada, desesperanza, pensamientos
recurrentes de muerte o suicidio, cambios en el apetito
o el sueño, agitación o enlentecimiento psicomotor
y energía reducida o fatiga. Además, en aras de un
mejor diagnóstico diferencial, también es necesario
distinguir el TRAPSIPO con el trastorno distímico, el
cual se caracteriza, según la Organización Mundial de
la Salud (2019), por un estado de ánimo depresivo
persistente (que dura dos años o más) que se acompaña
de otros síntomas como interés o placer notablemente
disminuidos en las actividades, concentración y
atención reducidas o indecisión, autoestima baja o
culpa excesiva o inapropiada, desesperanza sobre
el futuro, sueño perturbado o aumento del sueño,
disminución o aumento del apetito y energía baja o
fatiga.
El detallar los signos y síntomas de los trastornos
mencionados es de suma conveniencia dado que
permite señalar con objetividad que el TRAPSIPO es
en realidad una nueva categoría nosológica. Si bien
algunos de los síntomas del TRAPSIPO son también
propios de estos trastornos depresivos; tales como los
sentimientos de inutilidad, desesperanza, autoestima
baja y desesperanza sobre el futuro, también es
cierto que muchos de los aspectos centrales de estos
diagnósticos no tienen alcance para el TRAPSIPO, tales
como la culpa excesiva o inapropiada, pensamientos
recurrentes de muerte o suicidio, cambios en el apetito
o el sueño, agitación o enlentecimiento psicomotor,
sueño perturbado o aumento del sueño, disminución o
aumento del apetito, energía baja o fatiga, etc.
Se considera que el trastorno que aquí se postula
con la denominación de TRAPSIPO no es nuevo ni
producto de nuestros tiempos, podría decirse que ha
existido siempre en ciertas personas que viven en
condiciones de pobreza económica durante prolongado
tiempo. El asunto es que no se le ha considerado
como tal, siempre ha estado entremezclado con otros
diagnósticos o simplemente se le ha concebido como
conductas individuales típicas de personas que viven
en condiciones de precariedad. El tan extendido
concepto de “cultura de la pobreza” de Oscar Lewis,
quizá haya contribuido a que se le considere como un
aspecto “normal” del comportamiento y de que estos
rasgos son “culturales” pertenecientes a un colectivo
que vive en esta condición.
Por otro lado, es conveniente precisar que no todas
las personas que viven en condiciones de precariedad
económica y que presencian los otros factores
asociados desarrollan el TRAPSIPO. Es más, hay
algunos que viviendo en estas condiciones adversas
mantienen la esperanza que a través del esfuerzo y
del sacricio es posible vivir en mejores condiciones
de vida. Es decir, hay quienes a pesar de vivir en
condiciones desfavorables, a pesar de experimentar
grandes vicisitudes, mantienen incólumes su fe y su
esperanza y éstas se evidencian en acciones tangibles
como el ahorrar gradualmente, el involucrarse en
hábitos saludables, el motivar a los hijos a estudiar y
seguir esforzándose día a día, etc.
Consideramos que el anterior razonamiento se da
en toda categoría nosológica, independiente de que
sea esta un trastorno o una enfermedad. Es decir,
no necesariamente los factores de riesgo signican
causalidad. En este sentido, en el caso de la depresión,
por ejemplo, estar inmerso en sus factores de riesgo,
tales como esquemas cognitivos disfuncionales,
eventos de vida estresantes, antecedentes de depresión
en los padres, dicultades en las relaciones personales,
etc. (Hammen, 2005), no necesariamente desencadena
este trastorno. Tan similar como ocurre, por ejemplo,
con los factores de riesgo para la diabetes: sobrepeso,
falta de actividad física, hábito de fumar, el frecuente
consumo de bebidas azucaradas, el excesivo consumo
de carbohidratos en la dieta alimenticia, entre otros.
No todos los que están expuestos a estos factores de
riesgo desarrollan la enfermedad (American Diabetes
Association, s/f).
Vale acotar que los que sufren de TRAPSIPO no
necesariamente presentan todas las características
señaladas dentro de su sintomatología. Es decir, cabe
la posibilidad de sufrir este trastorno sin que, por
ejemplo, se manieste una tendencia a caer en los
vicios o sin que se exprese un miedo extremo a tomar
riesgos. En realidad, en toda categoría diagnóstica es
posible identicar características que no se presentan
en todos los casos de la misma. Una evidencia clara
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de tal razonamiento es lo que ocurre, por ejemplo,
con las personas que sufren de diabetes; no todos
ellos presentan todos los signos y síntomas: mucha
sed (polidipsia), la sensación de mucha hambre
(polifagia), la necesidad de orinar continuamente
(poliuria), la pérdida de peso, el cansancio, la visión
borrosa, el hormigueo o entumecimiento de manos y
pies y las infecciones fúngicas en la piel recurrentes
(Organización Mundial de la Salud, 2018).
Entonces, haciendo esta salvedad, las personas
que sufren de este TRAPSIPO representarían
básicamente, parafraseando a Bauman (2003), “vidas
desperdiciadas” en quienes es común la sensación de
infortunio y desesperanza y que ya no es posible mejorar
las condiciones de existencia. En quienes sufren el
TRAPSIPO pareciera que la vida de prolongado
sufrimiento ha impactado la estructura psíquica y se
evidencia el fatalismo, el pesimismo, el sentimiento de
desvalorización, de pobre autoconcepto, etc.
“Ellos tienen todo lo que uno debe tener en casa. Cómo
quisiera tener lo que ellos tienen. Y a veces viene lo
peor, te das cuenta, ves la realidad, cosa que no vas
a llegar a tener, porque no gano suciente, gano diez
soles, gano cinco, a veces gano veinte, cómo puedo
tener lo que ellos tienen. Nunca la vida voy a llegar
a tener. Ellos tienen y yo no […] te pones a pensar
que vivir tranquilo, así seas humilde, el trabajo más
humilde, así sea botando basura, recogiendo erros,
lo que sea, estás trabajando, es humilde, no ganas
suciente, por lo menos sale para que puedas llevar un
pan a tu casa. Y creo que para es suciente. Ellos
tienen muchas cosas y yo me respondo entre yo mismo.
Quisiera tenerlo pero no puedo. La situación es fea y
es bien complicada. Y pienso que, con vivir tranquilo
sin hacer daño a nadie, sin buscar problemas a nadie,
así tengas un pan que comer, estoy feliz […]Trabajo,
para qué, sí trabajo…..pero, yo creo que de acá lo que
viene es lo peor porque quizás los huesos no me van a
responder como debe de ser, no me van a responder y
no quiero ser una carga para ellos”. Varón de 35 años,
Chimbote (Morales, 2020).
“[…] no hay ayuda no, no hay de parte de la
alcaldía, no hay mucha ayuda, a la vez nos quedamos
olvidados, en el campo… por eso, tristes nomás
crecemos, por eso hasta ahorita nomás hasta donde
Dios nos dé para vivir, ahí nomás estaremos que
vamos hacer pe´, no hay otra ayuda”. Varón de 69
años, Juliaca, Puno (Morales, 2020).
“Tengo una niñita de seis años […]muy despierta,
me dice: ´Yo quiero ser una ingeniera´ me dice y me
hace unas preguntas que me hacen llorar, ¿no?. Ella
me dice, ´mamá, te quiero decir algo, yo sé, yo sé leer
mucho´ dice, ´yo estoy aprendiendo todas mis tareas,
estoy aprendiendo todo pero te hago una pregunta. Si
mi hermana también estudió, acabó sus estudios qué
es ahora. Ella no es nada, no estudió más´. Ella me
reclama por su hermana la mayor. Porque mi hija la
mayor sí terminó su secundaria y ella me dice, ´qué
ha estudiado ella´, me dice. Bueno, le digo, no hubo
para darle más estudios. Y me dice. ´Para mí habrá?.
¿Hay para mí? Porque yo quiero estudiar, quiero ser
una ingeniera´. Sí, le digo, para ti sí se va a poder
le digo. Yo me voy a trabajar le digo. Porque uno de
ustedes tiene que ser algo en la vida, le digo. Cuando
yo esté más viejita, tú me vas a ver a mí le digo. Con
tu profesión, yo ya no voy a trabajar, tú me vas a
ver a mí, le digo. ´Ah ya´ dice. ´Entonces yo le voy
echar más fuerzas a mis estudios´, me dice. ´Porque
yo creo en tu palabra´, me dice. Y a veces, todo sus
palabras me hace llorar, me hace pensar. Su papá
también piensa ¿no?, y también llora. Él le dice, sí
hijita, nosotros vamos hacer un gran sacricio por ti,
porque por tus otros hermanos no lo hemos hecho. Tú
vas a seguir estudiando hijita, le dice. Pienso que mi
hija, ahorita, no nos entiende porque es chiquita ¿no?,
porque es una pequeña, pero de repente de aquí a unos
cinco años así, cuando ella ya sea mayorcita tengo
que hacerle entender que yo no tengo la posibilidad.
No le daré lo que ella quiere, porque usted sabe para
que sea ingeniera me parece que son gastos, que se yo,
¿no?. Para que sea en una universidad me parece que
es un gasto y como ella no entiende yo le comento así a
mi hija”. GF Mujeres, mayores de 50 años, Chimbote
(Morales, 2020).
Los testimonios gracan una característica central
del TRAPSIPO; la desesperanza aprendida, denida
como la percepción de que los eventos futuros no se
pueden evitar, que no existen esperanzas de cambio y
que es imposible escapar del destino (Ardila, 1979).
Además, el organismo aprende a no responder,
dado que la acción no ocasiona cambio alguno, por
consiguiente se genera la expectativa de que en el
futuro tampoco habrá relación de contingencia entre
las acciones y las consecuencias (Seligman, 1975).
Al respecto de esta característica del TRAPSIPO,
Medina y Florido (2005) señalan que la renuncia a un
mejor porvenir, la conformidad con la situación en la
que se vive, así como la actitud resignada de no ver
alternativa de cambio de los acontecimientos adversos
contribuyen a que el pobre fundamente su inclinación
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a vivir el día a día, a caer en los vicios o a no planear
para el futuro o a no tener la tendencia a ahorrar.
Y en este sentido Sartre aporta al entendimiento
de este aspecto central del TRAPSIPO: “más vale
la resignación que una esperanza constantemente
frustrada”; porque, según De Gaulejac (2015), el
costo psíquico de la resignación es menos elevado
que la desesperanza de querer que las cosas cambien
cuando no van a cambiar. También Rodríguez Rabanal
(1989) estaría contribuyendo a entender el TRAPSIPO
en su libro Cicatrices de la pobreza, en el que somete
a consideración el cómo la exclusión deja sus huellas
imperecederas en el ser humano que es apartado de
la sociedad. Es decir, el diario padecer por vivir en
condiciones extremas, que es algo real y concreto, se
convierte en estructura psíquica. En otras palabras, en
el TRAPSIPO la miseria material tiene su correlato, va
de la mano, con la miseria psíquica.
Todo lo anterior respecto a esta nueva propuesta
nosológica, en la que la miseria absoluta destruye el
potencial psíquico humano que imposibilita la aparición
de la resiliencia, es condensado por Emerson, quien
al respecto reere que lo malo conduce a lo malo, la
miseria lleva a la miseria, y los pobres seguirán siendo
cada vez más pobres. A no ser que se haga algo para
que ello no ocurra (Lera, 2009).
En aras de un mejor entendimiento del TRAPSIPO,
nuevamente nos valemos de la diabetes. Al respecto,
se sabe que en ella están presentes factores de
riesgo hereditarios y ambientales. Entre los factores
externos: sobrepeso, falta de actividad física, hábito
de fumar, entre otros. Cabría preguntarse: ¿Todos
los que están expuestos a estos factores de riesgo
desarrollan la enfermedad? La realidad indica que
no necesariamente. Por su parte, en el trastorno de
la TRAPSIPO indicábamos los siguientes factores
de riesgo: pobreza, abandono físico y moral, falta
de cuidados parentales, conictos familiares, falta
de apego, padres alcohólicos, embarazo adolescente,
trabajo infantil, deserción escolar, etc. Siguiendo la
misma lógica anterior: ¿Todos los que están expuestos
a vivir en condiciones de pobreza, al abandono físico
y falta de cuidados parentales, al trabajo infantil, entre
otros factores, desarrollan el TRAPSIPO? La respuesta
también es no, un no contundente.
Aquí vale analizar con mayor profundidad en los
factores de riesgo. Nos damos cuenta, plenamente,
que, en el caso de la diabetes, los factores de riesgo
fácilmente podrían evitarse. Basta dos interrogantes
para sostener este argumento: ¿Acaso no se puede
evitar el consumo de bebidas azucaradas? ¿Acaso
es imposible hacer ejercicios físicos y evitar el
sedentarismo? La respuesta es obvia para darse cuenta
que este argumento tiene sentido. Las respuestas dan
pie a la armación de que la diabetes podría evitarse
o, en todo caso, disminuir su tasa de ocurrencia.
Entonces, ¿por qué no se toman acciones para no caer
en esta enfermedad? ¿Por qué tanta su incidencia/
prevalencia si se podría evitarla cambiando los hábitos
de vida?
Ahora veamos lo concerniente al principal factor
de riesgo de este trastorno; la pobreza. ¿Está en la
posibilidad de una persona; niño y/o adolescente el
llevar una vida alejada de la pobreza y miseria si es
que se nace dentro de una familia que está sumida
en esta condición? La respuesta seria no; un no
categórico. Pero consideremos también aquellos otros
factores que muchas veces coexisten con el factor
principal, potenciando el surgimiento de este trastorno.
¿Está en la posibilidad de una persona; niño y/o
adolescente el evitar los conictos familiares? ¿Está
en la posibilidad de una persona; niño y/o adolescente
evitar el alcoholismo de sus padres? ¿Y qué hay de
la posibilidad de evitar ser víctima de abandono y
cuidados parentales? ¿Y habrá la posibilidad de evitar
el trabajo a temprana edad? Y las interrogantes podrían
seguir. La respuesta a todas ellas, denitivamente serían
no, un no categórico. Es decir, queda absolutamente
claro que en el caso del TRAPSIPO, el factor de riesgo
principal y los factores de riesgo asociados son menos
controlables. En otras palabras, no hay independencia
del sujeto, simplemente se está inmerso en estos
condicionantes y la posibilidad de evadir su inujo es
mínima o inexistente.
Sin embargo, a pesar de la imposibilidad de evitar
los factores de riesgo del TRAPSIPO es bastante
evidente que existe en el colectivo la idea de que, en
cierto grado, los que lo padecen, lo desean. Por ello
es fácil escuchar frases como: “son dejados”, “son
perezosos”, “son conformistas”, “no se esfuerzan
porque así son, porque quieren ser así”, etc., y así
un sinfín de adjetivos y frases que llevan consigo
atribución de causalidad personal, individual o interna
de los síntomas del TRAPSIPO.
Y al hurgar con mayor detalle, pensamos que
esta atribución de causalidad individual o personal
del TRAPSIPO descansa en el hecho de que existen
casos extraordinarios de personas resilientes que no
han desarrollado este trastorno a pesar de haber estado
expuestas a condiciones de pobreza extrema. De allí,
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creemos que nace todo argumento de atribución causal
del TRAPSIPO. Es decir, los casos emblemáticos de
seres humanos de enorme resiliencia, que no han
desarrollado el trastorno y que, por el contrario, se
mantienen optimistas, con esperanza, con afán de
mejorar sus condiciones de vida, que mantienen
una actitud vinculada a lo positivo, entre otros; son
los que adhieren fundamento a esta percepción de
deseabilidad. Y precisamente, estas personas de
enorme capacidad de reponerse a la adversidad
extrema son casos de personas que no han caído en
este trastorno aquí propuesto.
Con respecto a la enfermedad de la diabetes, a pesar
de que, como lo habíamos mencionado anteriormente,
al menos varios de sus factores de riesgo se podrían
controlar voluntariamente, no existe o no se conoce
que se le atribuya causalidad interna, individual o
personal a su padecimiento. Nadie otorga deseabilidad
de esta enfermedad a quien la padece. Al menos, no es
de uso frecuente la expresión: “Tiene diabetes porque
quiere”.
Ahora veamos el tratamiento cuando la enfermedad
ya está instalada. En el caso de la diabetes, es posible
el tratamiento médico (básicamente administración de
insulina), dieta y actividad física. Es decir, es posible
restaurar la salud siguiendo el tratamiento. Así,
disminuyen o desaparecen los síntomas y signos, tales
como la constante necesidad de orinar, sed inusual,
visión borrosa, infecciones frecuentes, etc.
En el caso del TRAPSIPO, ¿cuál sería el
tratamiento? ¿Qué medidas/estrategias se podrían
tomar para disminuir o erradicar la sintomatología
del TRAPSIPO? ¿Hay una fórmula para combatir el
conformismo, fatalismo, negativismo, añoranza por
el pasado, pereza, desesperanza, falta de vitalidad y
de esfuerzo, carencia de iniciativa, baja autoestima,
desvalorización y otros síntomas? La dimensión de
las interrogantes nos lleva automáticamente a ver
el principal factor de riesgo; la pobreza, que está
generando la aparición de este trastorno. Incidiendo
en su disminución, el número de personas que caen en
el TRAPSIPO también decrecería.
Es obvio el carácter complejo del TRAPSIPO. No
es tan sencillo como la enfermedad de la diabetes. Y
la respuesta es puntual, incluso está en las iniciales
dentro de su denominación: TRAPSIPO (Trastorno
Psicológico de la Pobreza); dicha respuesta consiste
en erradicar la pobreza, la inequidad y la desigualdad.
Por ello, se conjetura que en las sociedades más
equitativas en la que sus habitantes gozan de mayor
estándar de vida ver ciudadanos conformistas,
fatalistas, con baja autoestima, con desvalorización,
etc., estaría en su mínima expresión; si los hay, otras
razones estarían presentes y no la carencia económica.
Y la razón recae en que los factores de riesgo, que
en el Perú son maniestos, en ellas no existen. O
al menos están reducidos a su mínima expresión:
pobreza casi inexistente, lo mismo que en la deserción
escolar, el trabajo infantil, etc. Uno que otro factor de
los mencionados tal vez estaría presente, pero no sería
la norma.
Por otro lado, todo cabe indicar que quienes
sufren de TRAPSIPO experimentan continuamente
emociones displacenteras que afectan su bienestar; la
preocupación, la ira y frustración son constantes. Así
como también la tristeza, el rencor y la vergüenza. La
amargura por no contar con un sueldo jo, la tristeza
de no haber estudiado una profesión, la cólera de no
poder salir a comer afuera con la familia, la impotencia
de no poder comprar juguetes a los hijos, el rencor a
la gente que tiene recursos, la sensación de vergüenza
y de humillación por vivir en una casa modesta, etc.
Al respecto, expresan su sensación, por ejemplo, de
no ser escuchados ni atendidos debidamente en los
servicios públicos por carecer de educación y por
la condición de precariedad económica en la que se
encuentran. Y lo que es más, en muchas ocasiones su
argumento transporta la sensación de que “a los que
tienen les gusta humillar”.
En tal sentido, es muy posible que esta
emocionalidad, junto a las actitudes referidas
anteriormente; apatía, desidia, conformidad,
resignación, entre otras; puedan impedir que políticas
públicas diseñadas para combatir la pobreza tengan
resultados favorables. En esta dirección, Zavaleta
(2011), quien se ocupa de aquellas dimensiones de la
pobreza que generalmente no están en las estadísticas
nacionales ni mundiales como el sentimiento de
vergüenza y humillación, arma que las personas en
situación de pobreza frecuentemente experimentan
estos sentimientos que no sólo afectan la salud
emocional y física, sino que también se constituyen
en un obstáculo para vivir en mejores condiciones de
vida.
Al respecto, por ejemplo, si alguien decide no
asistir a una posta médica por anticipar que en ese
establecimiento será discriminado, este hecho puede
inuir en que no tome acciones para mejorar sus
condiciones de salud. O, en otro ejemplo, si una
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persona siente vergüenza porque todos “la miran” por
llevar la ropa gastada o raída, esa persona no acudirá al
centro educativo en el que estudian sus hijos, o a pedir
un crédito o buscar empleo.
“Cuando tú te vas a la posta, asistes pe´, las
enfermeras a veces te tratan mal a veces, pero cuando
ya tienes una profesión tú haces con tu plata ya lo
que quieras y allí nadie te está diciendo un montón de
cosas. A veces, esteeee cuando yo estaba embarazada
de mi hijo, me hacía mi control, no te quieren atender,
por más que estés con dolor, no te quieren atender,
te ponen a un lado por más que estés con ebre, no
te hacen caso, no te dan buena atención. Cuando ya
te ven en las últimas allí recién te hacen caso, sino,
no te hacen caso. Yo digo que será por eso, porque
no tenemos estudios, de repente, porque a veces nos
ven nos ven pobres, ellos ya al tener esa profesión ya
se creen ver mucho más que nosotros”. Grupo Focal,
mujeres de 18 a 29 años [Mujer de 19 años] Pucallpa
(Morales, 2020).
Implicaciones de esta nueva categoría nosológica
La propuesta de la existencia del TRAPSIPO,
lleva consigo que nos despojemos de la idea de que
quienes lo sufren son básicamente los responsables de
las condiciones en las que viven. La pobreza genera
actitudes y conductas que reproducen la pobreza. La
aceptación del TRAPSIPO como una nueva categoría
nosológica implicaría, más bien, considerar a estas
personas como víctimas de un modelo de sociedad
que actúa y ejerce su rol protagónico en el surgimiento
de psicopatologías; el TRAPSIPO, precisamente,
sería consecuencia de ello. Creemos que es hora
de exponerlo a la luz, de reconocer que sí existe,
sólo faltaba escudriñar la realidad y asignarle una
denominación.
Reexionar con cierta profundidad acerca de este
punto es de suma importancia porque aborda el
factor psicológico involucrado en la perpetuación
de la pobreza pero que es generado por la propia
pobreza. Al respecto, lo aseverado por Castillo y
Rivera-Gutiérrez (2018) cobra notable sentido: en la
medida que los pobres son considerados responsables
de su situación (i.e., atribución interna), sería menos
probable que exista cualquier intención o motivación
por modicar los condicionantes que subyacen a la
existencia de la pobreza. Los posibles impactos de esta
forma de explicar el origen de la pobreza se reejan
en las actitudes hacia ricos y pobres (Kluegel et al,
1995; Sigelman, 2012; citados por Castillo & Rivera-
Gutiérrez, 2018), el grado en que las desigualdades de
ingreso se perciben como justas (Schneider & Castillo,
2015; citados por Castillo & Rivera-Gutiérrez, 2018),
y la percepción general de las desigualdades sociales
(Bullock & Limbert, 2003; citados por Castillo &
Rivera-Gutiérrez, 2018).
Ciertamente, postular esta nueva categoría
diagnóstica pondría coto a expresiones y adjetivos que
dañan y ofenden a las personas que están inmersas en
ella. Es decir, las consideraciones que los pobres son
perezosos, irresponsables, conformistas y carentes de
espíritu emprendedor (Addison et al., 2008; Dakduk
et al., 2010) (características que son en realidad
signos del TRAPSIPO), persistirán a no ser que esta
propuesta sea aceptada por la comunidad cientíca.
Y lo más relevante, el diseño de políticas públicas
e intervenciones para mejorar la calidad de vida de los
pobladores que viven en condiciones de pobreza podría
beneciarse con esta nueva propuesta nosológica. El
reconocimiento de este trastorno permitiría justicar
la realización de intervenciones psicológicas en
individuos que maniesten las actitudes y conductas
que lo caracterizan, con el n de modicarlas. Con
ello, no solamente se establecerían mejores niveles
de bienestar psicológico en esa población, sino que
también se contribuiría a que logren superar actitudes
y conductas que constituyen un impedimento para
que las políticas públicas diseñadas para combatir la
pobreza tengan mejores resultados, e incluso para que
los propios individuos asuman de manera autónoma
acciones más ecaces para mejorar su calidad de vida.
Declaración de conicto de interés: Declaro que el
presente artículo no presenta conicto de intereses
y, asimismo, cumple con las normas éticas en su
desarrollo.
Correspondencia:
Luis Hesneide Morales López
Correo electrónico: luis.morales.l@upch.pe
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