Acta Herediana vol. 63, N° 2, julio 2020 - diciembre 2020
Cuento
1
Estudiante de medicina. Facultad de Medicina, Universidad
Peruana Cayetano Heredia, Lima, Perú.
*Primer Puesto. I Juegos Florales Estudiantiles
de la Red Peruana Estudiantil de Medicina
(REPEM) y Asociación Peruana de Facultades de
medicina (ASPEFAM, diciembre de 2019).
Lo Vemos mañana *
See it Tomorrow
Joel Joseph Gonzales-Mendieta
1
E
ra un día como cualquier otro, y una
larga jornada de trabajo recién había
comenzado para Don Nicolás; quien,
peinando canas, ya se encontraba en su puesto
y orquestando a los empleados de su taller
manufacturero.
Poco tiempo había transcurrido, cuando un
inusual cansancio se fue apoderando de sus
labores y cada vez se hacía más difícil combatir
este inusitado malestar con la diligencia y
entusiasmo que siempre lo caracterizaron.
De lento inicio, pero progresivo avance, la
debilidad que ahora recorría sus extremidades
se iba haciendo cada vez más evidente. Aunque
no quiso prestarle mayor importancia en un
inicio, a medida que las horas transcurrían,
estos persistentes síntomas lo llevaron a tomar
la severa decisión de cesar toda actividad.
Fue entonces cuando, aún faltando mucho para
la hora de descanso, pero con una sensación
de no poder continuar, se dirigió hacia sus
trabajadores y les indicó que habían terminado
por aquel día.
Con una palidez de ultratumba, se retiró
recibiendo uno que otro “Hágase ver, patrón.
Lo veo mañana…”, mientras se percataba de
las miradas de confusión y preocupación que lo
acechaban; lo cual lo llevo a replantearse sobre
la magnitud de la situación que lo acosaba.
Manteniendo aún un aire de escepticismo
sobre su condición, realizó una llamada para
pedir transporte, pues su rumbo ya había sido
trazado casi automáticamente tras salir del
taller: el consultorio de su médico de cabecera.
Pocos minutos después, un vehículo apareció
para llevarlo a su destino que no estaba sino
muy alejado de su ubicación y, aunque en otros
tiempos podría haber ido a pie, sintió que le
faltarían piernas para poder realizar tal hazaña
en esta ocasión.
Como es casi costumbre, el taxista trato de
entablar una coloquial conversación sobre la
situación actual del país. Sin embargo, aunque
las acandiladas aseveraciones del conductor
sobre las últimas políticas de salud resonaban
en las paredes del pequeño vehículo, Don
Nicolás se abstuvo de realizar algún comentario
o siquiera ejecutar algún ademán, pues una
recalcitrante astenia ahora invadía su cuerpo.
Durante el viaje, lo único que podía pensar era
en todo el trabajo que tendría que hacer al día
siguiente para compensar su prematura salida;
además de los otros quehaceres del hogar,
como las compras para la semana y el alimento
para sus amadas mascotas.
Ya casi habían llegado a su destino y el
conductor aún se encontraba enfrascado en su
verborrea médico-política. Cuando por n el
vehículo se detuvo, y se realizó la transacción
correspondiente, el conductor se despidió
diciendo: “No se olvide de ver la conferencia
de mañana”; a lo cual, Don Nicolás, esbozó
una ligera sonrisa en respuesta y continuó su
camino.
El tramo que ahora lo separaba del consultorio
era efímero en comparación a todo lo que ya
había recorrido; sin embargo, el malestar que
lo iba mermando no le dio tregua alguna e hizo
que aquellos últimos pasos pareciesen eternos.
Finalmente, se encontró a las puertas de
aquella morada que signicaría el n de sus
problemas. Al ver que no había algún otro
paciente esperando, se invitó a pasar a sí
mismo e ingreso solo para encontrarse con un
escenario ajetreado y a su médico de cabecera
como fuente de tal entropía.
Cuando el médico se percató de su
inadvertida visita, sin dejar de organizar sus
papeles y alistándose para salir, saludó a
su consuetudinario paciente: “Qué tal, Don
Nico!, ¿En qué puedo ayudarlo?”. Por algún
motivo, aquella situación evocó una sensación
de desesperanza, en lugar de alivio en Don
Nicolás.
Brevemente, le expuso sus mitigantes
síntomas a aquel apurado médico que tenia en
frente. Probablemente, una emergencia habría
surgido para justicar tal comportamiento
pues, pese a que escuchaba los descargos de
su paciente, continuó alistando todo para su
impostergable huida.
Con la conanza de conocer la condición de su
paciente de toda la vida y con un asunto urgente
que atender, le respondió: “No se preocupe,
Don Nico. Qué le parece si lo vemos mañana”.
Aquella fue una respuesta agridulce que no
merecía la proeza que signicó el trayecto
de venir a verlo. Mientras Don Nicolás salía
del consultorio, raudamente, su contraparte
cerraba la puerta con llave y se desvanecía de
la escena.
Estos últimos acontecimientos fortalecieron la
teoría de que lo que fuese que lo aquejaba no
podría ser algo tan grave y su procrastinación
quizás no sería tamaño pecado. Pese a este
pensamiento, Don Nicolás aún refunfuñaba
para sí mismo: “Qué le costaba tomarme,
aunque sea, la presión”.
Tras considerarlo por un momento, pensó en
ir a casa a dar por terminada su travesía, pero
también apareció en su mente la imagen de
su esposa; a quién, nalmente, decidió llamar
antes de realizar cualquier último movimiento.
Como era de esperarse, el regaño y
preocupación que ella manifestó fueron
motivo suciente para que decidiese buscar
una segunda opinión. Por fortuna, cerca se
encontraba un hospital que era aclamado
como uno de los mejores que el Estado había
proveído.
Esta vez, con total serenidad, o quizás con una
endeblez absoluta, explicó sus síntomas a un
médico desconocido para él, pero que lucía
impertérrito y presto a realizar cualquier acción
con tal de llevar a cabo su imprescindible labor.
Con una ejecución protocolar, procedió a
realizar la auscultación tras la anamnesis
presentada. Al mismo tiempo, se dibujaba una
ligera expresión de sospecha en su semblante,
por lo cual decidió tomar el estetoscopio y
dirigir su atención hacia los sonidos cardiacos.
Tras realizar dicha acción, miró al vació un par
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200
de segundos mientras mostraba un rostro de
desconcierto.
Con una encomiable celeridad, llamó a las
enfermeras y pidió que derivasen al resto de sus
pacientes, que preparasen una camilla y todo
el instrumental necesario para la operación.
El, ahora, alarmado médico le pidió a
Don Nicolás que permaneciese sentado
mientras él conseguía los papeles necesarios
para internarlo. Ante tan radical cambio
de ambiente, aunque débil, se mostraba
genuinamente perplejo y pedía una explicación
de lo que estaba sucediendo; a lo que el médico
respondió: “¡Señor, usted se está muriendo!
Debemos intervenirlo de emergencia”.
Los siguientes acontecimientos fueron
momentos de alta tensión que terminaron en
un quirófano y en la consecuente implantación
de un pequeño dispositivo del cual alguna vez
había oído hablar, pero nunca pensó depender
para poder sobrevivir: un marcapasos cardiaco.
Al día siguiente, despertó en una habitación
de aquel afamado hospital, junto a su esposa,
y encaminado hacia su recuperación. Aún
en un estado de letargo, casi no podía creer
las palabras del médico cuando le explicaba
que haber soportado tanto tiempo en ese
estado fue algo inaudito; y si hubiera llevado
cualquier otro estilo de vida menos saludable,
probablemente no estarían teniendo esa
conversación.
Después de realizar el papeleo correspondiente,
pudo regresar a sus aposentos para un merecido
descanso tras lo que había sido la mayor
odisea de su vida. Grande fue el asombro
que sintió al ser recibido por sus familiares y
amigos en medio de abrazos y lágrimas, pues
es indescriptible el sentimiento de angustia
y el nudo que se forma en la garganta ante
la posibilidad de no volver a ver a algún ser
querido.
Después de la algarabía del reencuentro, y con
un espíritu renovado, se tomó un momento a
solas para meditar acerca de los eventos que
habían marcado, lo que él consideraba, un
nuevo inicio en su vida; y lo que habría pasado
si hubiera tomado cualquier otra decisión
aquel día.
Fue entonces que recordó a aquel trabajador,
conductor y médico de cabecera que le hicieron
referencia a un día al cual pudo no haber
llegado nunca de no ser por aquellas miradas
de conmoción, aquella llamada a su esposa o
el temple de aquel médico que, nalmente,
terminaron salvándole la vida.
Animado por tal reexión, decidió sintonizar la
conferencia que le mencionó aquel conductor
tan parlanchín. Las sorpresas no pararon de
llegar; pues, nuevamente, fue tal su expresión
al ver a nada más ni menos que su médico
de cabecera dando un discurso acerca de la
importancia de la relación médico-paciente en
televisión.
CorrespondenCia:
joel.gonzales@upch.pe
Fecha de recepción: 30-01-2020.
Fecha de aceptación: 30-05-2020