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Docente. Investigador social en materia de Derecho Procesal y Ad-
ministración de Justicia por la Universidad Católica de Santa María
(UCSM), Arequipa, Perú.
Mariátegui y la agonía
de los dioses. entre
encuentros, presagios y
desgracias futuras en el
panteón andino
abstract
Mariátegui is undoubtedly one of the most important Marxist
gures in Latin America, its enormous spectral scope of project
and counter-hegemonic thinking does not disappear in the time of
yesterday and today. For many, it is with José Carlos Mariátegui
that it begins and ends in space that is the convergence of the past-
present-future, three times that are articulated under the same
reality. Finally, they all turn out to be a chain of the same historical
process marked by powerful catalyst forces and eternal resistances.
Mariátegui (2007) understood that the Gospel constituted being for
Andean societies, an inexorable destiny for which they would be
ousted through worship and the liturgy, the latter two conforming
to the deepest customs of the indigenous. On this elementary idea,
we seek to analyze the collision of two diametrically opposed
empires from mythical-religious terrain. Feeding this scene, an
inventory of narratives, omens and future misfortunes of how that
Mariátegui and the agony of the gods. Between
encounters, omens and future misfortunes in the
andean pantheon
Franklin Américo Canaza-Choque
1
resuMen
Mariátegui es sin duda una de las guras marxistas de mayor
trascendencia en América Latina, su enorme alcance espectral
de proyecto y pensamiento contra-hegemónico no desaparece en
el tiempo de los tiempos del ayer y de hoy. Para muchos, es con
José Carlos Mariátegui en donde inicia y termina en el espacio que
sea la convergencia del pasado-presente-futuro, tres estaciones
que se articulan bajo una misma realidad. Pues, nalmente,
todas resultan ser una cadena de un mismo proceso histórico
marcado por poderosas fuerzas catalizadoras y de resistencias
eternas. Mariátegui (2007) entendía que el Evangelio constituía
ser para las sociedades andinas, un destino inexorable por el cual
serían devorados sagazmente por medio del culto y la liturgia,
amoldándose estos dos últimos, a las costumbres más profundas
del indígena. Sobre esta idea elemental, se busca analizar la colisión
de dos imperios diametralmente opuestos desde un terreno mítico-
religioso. Alimentando a esta escena, un inventario de narrativas,
presagios y desgracias futuras de cómo terminaría aquel Imperio
Inca en 1533 y de las llamadas resistencias de Vilcabamba en 1572.
De esta manera, este análisis se funde en el pensamiento mítico
estructural, el mismo que permite reconstruir las representaciones
retrospectivas socio-andinas con el hecho de poder estampar estas
reexiones al presente. Tras 500 años de aquel encuentro, se ha
llegado a un punto en donde, muy aparte de otorgarse intercambios
y procesos de mestizajes religiosos, también se asiste a sólidos
desencuentros que atraviesan a los andes, y que hoy resisten, sin
importar qué.
Palabras clave: Mariátegui, Dios, Huacas, cultura andina, religión.
José Carlos Mariátegui La Chira (1894-1930)
La gura de la que casi innitamente
asoma ser la más representativa del lósofo
marxista peruano
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Inca Empire would end in 1533 and the so-called Resistances of
Vilcabamba in 1572.
In this way, this analysis merges into mythical structural thinking,
the same one that allows to reconstruct the socio-Andean
retrospective representations with the fact that we can stamp these
reections to the present. After 500 years of that meeting, a point
has been reached where, far apart from granting exchanges and
processes of religious mestizajes, there are also solid encounters
that cross the Andes, and which today resist, no matter what
Keywords: Mariátegui, God, Huacas, Andean culture, religion.
introducción
T
ras haber leído al escritor español,
Miguel de Unamuno, “agonía no es
preludio de la muerte, no es conclusión
de la vida. Agonía –como Unamuno escribe en
la introducción de su libro– quiere decir lucha”
(Flores-Galindo, 1980, p. 7), agonizar es vivir,
vivir luchando contra la vida y la muerte,
en un alma habitada, “al mismo tiempo de
esperanza y de desesperanza [...]”. Así, es
como lo concebía el hecho de agonizar José
Carlos Mariátegui (JCM) (1977 [1926], p. 116)
mientras corría su vida a inicios del siglo XX.
Mariátegui (2007) entendía que el evangelio,
constituiría ser para las sociedades del
macrocosmos andino, un destino inexorable
por el cual serían más tarde, devorados
sagazmente por medio del culto y la liturgia,
amoldándose estos dos últimos, a la costumbre
indígena. Esto, debido a que la religión del
Tahuantinsuyo, en sus principios y al momento
de anexar a otros pueblos a su vasto imperio,
no imponía ningún sentimiento de agresividad
o violencia sobre los hábitos de los indios. De
hecho, a diferencia de la religión incaica, que
fue poco catequizador e inquisidor de una
nueva y única verdad metafísica, la indígena,
tuvo una mayor resistencia al proceso de
evangelización cristiana. Pues este último,
a diferencia del primero, que fue absorbido
conjuntamente con el Estado Inca por el
catolicismo, no solo se encontraba fundido
en aquellas prácticas tribales y de tradiciones
localistas del que se identicaba el ayllu; sino,
se hallaba más hondamente arraigado en
el suelo y el alma del indio. De esa manera,
la magia o el arte primitivo de curar a los
enfermos, el totemismo y el animismo indígena
fueron mucho más perdurables que aquel
imperio incaico del Sol o del Dios Kon. Y por
mucho tiempo que pasara, según el Amauta,
esta religiosidad indígena reposaría de una
manera pulsante en el tiempo, bajo cualquier
circunstancia histórica o de creencia religiosa
que intente sustituir o acabar con aquello que
se encuentra en la misma sangre del indio.
Bajo ese concepto, se pretende analizar la
colisión de dos imperios geográcamente
extremos y diametralmente opuestos desde un
terreno mítico-religioso. Alimentando a esta
escena pasada, un inventario de narrativas,
presagios y desgracias futuras de cómo
terminaría aquel Imperio Inca en 1533 y de
las llamadas resistencias de Vilcabamba en
1572. Añadiendo en este itinerario, algunos
fragmentos depositados en el pensamiento
mariateguiano sobre lo que encarnó el arribo
espiritual de Occidente para los pueblos de la
terrenalidad andina.
Dentro de ese mismo episodio, igualmente,
se acoplan ciertos espectros dejados por la
colonia, más precisamente, cuatro puntos
que bien servirán para anexar al propósito
general: 1) en esta sección se presenta a 1532
como el punto de encuentro de dos universos
de fe enteramente diferentes; 2) en este otro
apartado, se pretende identicar el desplace
y las secuelas de lo signicó la muerte del
último soberano Inca para el imperio y la
civilización andina; 3, en un tercer ejercicio,
se busca soldar nuevos elementos para la
comprensión de aquel crepúsculo andino,
sirviéndose para esa interpretación una serie
de anuncios de desgracias y de guras míticas
sobre su desenlace; y por último, 4) intentando
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cerrar con un breve análisis, después de la
caída del Imperio Inca, hubo un movimiento
indígena de gran complejidad surgido en 1559,
al que los profetas andinos lo designaron como
Taki Onqoy o la enfermedad del canto, cuyo
propósito era el de revivir aquellas huacas
derrotadas anteriormente por la conquista, y
que a manera de resarcimiento y venganza,
regresarían para acabar con el Dios católico,
sin pensar que, esta etapa traería consigo un
periodo en el que el evangelio buscó reforzar
su dogma y desechar toda estirpe y herencia
de ritual andino al que se denominaría años
posteriores como la extirpación de idolatrías.
Resulta extraño que cuando se pudiese escribir
sobre aquellas fuerzas actuales que han
quebrado el orden de la tierra en los andes.
Se esté imprecando por otras que busquen
escavar el pasado de una manera que no
sea la misma. Pues resulta que alrededor
del mundo, es innegable el desplazamiento
de inquebrantables transformaciones como
la globalización que consume o conna lo
ancestral dentro y fuera de su engranaje o
de otros contenidos de alcance planetario
que terminan por sobrepasar lo originario,
consumir lo antiguo y despojar lo viejo. En
cierta medida, el desgaste ideológico secular, el
detrimento de iglesias tradicionales y la crisis
del sentido religioso, apuntan en construir
globalmente un supermercado de creencias
religiosas, en donde las distintas confesiones,
más que en sus tiempos pasados, busquen
adoptar nuevas estrategias pastorales y de
ofertas espirituales con el n de abrazar a sus
fundamentos, socio-seguidores (Hernández e
Ibáñez, 2016).
Si bien los habitantes de aquella región de los
andes del siglo XVI no tuvieron la opción de
elegir su adhesión al cristianismo (Ramos,
2010). Hoy, más que antes, como maniesta
Huston Smith (2011, p. 378), “el tiempo parece
estar a favor de las religiones históricas, en
comparación con las primitivas, porque,
aunque hoy son millones las personas que
desearían que siguiera existiendo el tipo de
vida primitiva, es improbable que sea así”.
Por ello, no deja de ser importante 1492 como
punto de partida para comprender lo que
ocurrió después en las Américas. Pues, como
ana Mariátegui (1986 [1925], p. 90), “en [cinco]
siglos se ha formado una realidad nueva. La
han creado los aluviones de Occidente. Es
una realidad débil. Pero es, de todos modos,
una realidad. Sería excesivamente romántico
decidirse hoy a ignorarla”.
Metodología
El estudio retoma el énfasis de las ciencias
sociales y los estudios antropológicos en
analizar los procesos de desestructuración
y fragmentación de identidades en las
sociedades andinas. Este análisis, según Carlos
Iván Degregori (2013, p. 217) comprende y
reeja una realidad que se fue congurando
y mutando “a lo largo de nuestra historia,
desde la conquista hasta las primeras décadas
del presente siglo”. Una, que maniesta ser
totalmente distinta después de 1492. En esa
continuación, antes, cabe aclarar dos cosas.
En primer lugar, para no sesgar el trabajo, la
intensión no fue fundirnos en un solo elemento
de estudio teórico, dado ese rigor, se evitó
de esta manera desarrollar un solo análisis
profundo del que remite Mariátegui en su
quinto ensayo, es decir, el Factor Religioso, que
viene a ser parte de la obra más importante que
terminaría de publicar en 1928, los 7 ensayos de
interpretación de la realidad peruana. Por ello, en
un segundo plano, el trabajo no solo se alimentó
de esta única fuente, dado el propósito, un
oceánico material bibliográco acopiado en
otros estudios críticos, y de mayor amplitud
llegarían a cubrir más profundamente la
investigación (Canaza-Choque, 2018; 2018a;
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2018b; 2019; 2019a; 2019b; Canaza-Choque y
Huanca-Arohuanca, 2018; Huanca-Arohuanca
y Canaza-Choque, 2019).
En cuanto al análisis, siguiendo el modelo
de Rodrigo Cordero (1973, p. 117) podemos
precisar que:
 A modo de ‘anamiento’ antes de penetrar al
tema y al mundo de las fugas en que nos
sumergirá el mito. Si el mito es delirio y fuga
musical, visión imaginal de los secretos sagrados,
danza del pensamiento embriagado en sus
mismos orígenes, no puede ser nuestro intento
de explicarlo –con la razón– sino una grotesca
metáfora analítica, fotografía algebraica de esa
 oralucinantequeeselmito.
Con un similar argumento, JCM (1986 [1925],
p. 88) remarca que:
La ciencia mata la leyenda, destruye el símbolo.
 [Esterazonamiento],nonosayudaecazmente
a entender el Tawantinsuyu, la leyenda o la
poesía nos presentan, cuajado en ese símbolo,
su sentimiento cósmico. [...] Como hace
mención Valcárcel, ese símbolo [...] demuestra
que el espíritu de la civilización inkaica es un
producto de los Andes.
Por consiguiente, el estudio sigue aquellos
dos argumentos que bien plantean Cordero
(1976) y Mariátegui (1986 [1925]), pues, gran
parte del desarrollo se compone de pequeños
fragmentos y relatos documentales de carga
mitológica, limitándose a analizar enteramente
el signicado de la historia y la historiografía.
De una manera que, estas narraciones sean
diferentes a lo ya tratado antes por otros
historiadores y antropólogos.
Además de ello, se tuvo como referida el
enfoque estructuralista del antropólogo y
etnólogo francés Claude Lévi-Strauss (1908-
2009), ya que este, permite estudiar y entender
la composición mitológica de las sociedades
andinas más anadamente. En esa misma línea,
en referencia al mito y su operancia temporal,
Lévi-Strauss (1995) reere que, el mito siempre
son acontecimientos pasados que llevan a
formar una estructura permanente, es decir,
a una simultaneidad del pasado, presente y
futuro, lo que nos permite, con una lógica
del pasado, reinterpretar más que antes la
estructura social de la contemporaneidad.
Como apunta Garrafa (2014, pp. 327-328), los
mitos organizan y reconstituyen “recursos
lógicos que la gente emplea para disponer
de parámetros con los cuales moverse en
una situación dada. Asimismo, esto nos
ofrece tener una visión global coherente
y del acontecer mayor”. En ese sentido, el
mitólogo se encargará entonces del “análisis
de dichas transformaciones, de acuerdo al
método estructural-comparativo [...]. Lo que
importaría entonces serían los mecanismos
de transformación y las articulaciones lógicas
que se establecen, y que demuestran que
todo pensamiento mítico, es lógico, racional y
estructural” (Apud, 2011, p. 13).
el encuentro
En palabras de Mariátegui (2007), la conquista
de América fue la última cruzada, el caballero,
personicaba una época que terminaba por
acabar, el Medioevo católico. El n de una
estación histórica, que generalmente se conoce
como un periodo plagado de tiranías, guerras,
pestes y de procesos inquisidores en nombre de
Dios, era el génesis en el Nuevo Mundo. Para
1492, todo un continente y la mirada del “Otro”
se habían insertado al proyecto de la modernidad
(Valencia, 2014). Era a lo que Dussel (1994), más
tarde designaría como el advenimiento de un
mito de violencia sacricial, y de un proceso
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mismo de en-cubrimiento de lo no-europeo.
En aquellas bien marcadas estaciones epocales,
las Guerras de Reconquista terminaron en
España ese mismo año, pero el mismo contenido
y espíritu de expansión se trasplantarían
a América; primero a las Antillas, luego a
México y, cuarenta años después, al imperio de
los incas. Fue con ese caudal de experiencias
que se iniciaba la conquista espiritual de los
naturales del Perú (Medina, 1992). Como bien
Murra (2002, p. 25) señalaría, 1532, viene a ser
“la fecha que marcó el éxito de la expedición
conquistadora, el cataclismo que destruyó el
Estado inka, un pachacuti según la perspectiva
andina”. En ese ocurrir, Millones (2006) acopla
la idea de que en la sierra norte del Perú, más
exactamente, Cajamarca, no sólo se encontraron
dos imperios disímiles, se atinaron también,
dos universos de fe totalmente opuestos,
y que en dicho encuentro, iniciarían con el
apocalipsis para con el mundo en el que se
ubicarían ambos.
Dentro de esa misma sección, es posible liberar
una cadena de preguntas que bien podrían ser
útiles para tener una mejor egie de lo que se
busca: ¿Acaso el arribo mítico de Occidente
expresó ser el ocaso de las denominadas
Huacas (Wacas) o deidades prehispánicas?
¿Qué signicó para el mundo del más acá y de
aquellos años la presencia del Todopoderoso
en las tierras del ande? ¿Más allá de lo que se
conoce, qué impulsó a los conquistadores a
desplazarse al Nuevo Mundo desde tan remotas
regiones del planeta? Respecto a ello, las dos
primeras impugnaciones serán de tratamiento
especial en el trascurso de lo que queda en este
trabajo. En tanto que, en referencia a la tercera
interrogante, una permisible respuesta relativa
puede conducir en este camino, no siendo este,
el único, ni mucho menos, el denitivo.
En los relatos y otros pasajes que Francis
Bacon (1561-1626) interpretaría sobre el pecado
adánico y la consecuente condena divina.
Muestra que mientras Adán duró estar en el
paraíso, toda la existencia del que se había
creado a palabra de Dios y a su verbo, estuvo
bajo sus pies, y por tanto, era innecesario
esfuerzo alguno para obtener su sustento vital.
Más tarde, como consecuencia del pecado
original, nada volvió a ser igual, ya que después
de haber dejado para siempre el Edén, el mismo
poder que había permitido a Adán controlar
la naturaleza y prevalecer su dominio sobre
las otras especies, y de las acciones en seres
animados como en los inanimados, tuvo ahora,
su fundamento y origen en lo más recóndito del
o “el deseo” mismo en conocer otros principios,
otros comienzos. Este apetito por conocer qué
se encontraba en el más allá del omnipresente,
hizo que el hombre expresamente abandonara
la voluntad de Dios, y que en su desmedida
ambición humana, este buscase su propio
derecho fuera de los designios, como si fuese
Dios, con nuevas órdenes y prohibiciones que
este inventaría el tiempo que dure estar en la
tierra (Manzo, 2004).
Quizá, este mismo sustentáculo permitió
colonizar apetitosamente Indoamérica, pero
esta vez, a lado del Dios-Mercado. Como
arma Waldo Frank (1889-1967), “si América
fue colonizada es, ante todo, porque el
fervor espiritualista de la Edad Media había
pasado el tiempo de su orecimiento y por
reacción se transformaba en un deseo de
grandeza material” (Mariátegui, 1970 [1925],
p. 157). Y que a diferencia de la conquista y
colonización española, Frank distinguía la
voluntad potencial en relación al anglosajón.
El puritano –escribía–, había comenzado “por
desear el poder en Inglaterra: este deseo lo
había impulsado hacia la austeridad, de la cual
había pronto descubierto las dulzuras. He aquí
que descubría luego un poder sobre mismo,
sobre los otros, sobre el mundo tangible”
(Mariátegui, 2007, p. 134).
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En todo caso, como describe Frank, si ese
era el rasgo del inglés, ¿Cuál era esa gura
que contrariamente manejaba el colonizador
español en aquellas extrañas tierras a las que
comenzaba a anidar? A esto, según Mariátegui
(2007), el colono carecía radicalmente de la idea
de crear riqueza, de transformar o adaptarse a
las condiciones ambientales y de considerar al
indio como capital y motor de ese recambio.
Pues, el interés, más allá de todo, pugnaba
en convertir aquel pueblo orgánico, nativo y
agrario en uno completamente minero colonial.
Aquí, una vez implantado el sistema antisocial
y primitivo, este tendía a arrancar al indio de
la tierra y de sus más subterráneas costumbres
para adherirlo a través de un régimen de
persecución y esclavización al sistema de
las mitas. Una, que acabaría años después,
despoblando gran parte del Virreinato del
Perú.
Desde otro apartado, sin interrumpir la
continuidad claro. Antes y después de la
colisión de los dos imperios, el mundo
de los incas giraba en torno a dos esferas
religiosas bien denidas. La primera, que
era “un instrumento de poder, vinculado a
la organización del Estado andino, en cuanto
que la segunda, de coloración animista, [tenía]
raíces culturales profundas” (Melis, citado
por Löwy, 2005, pp. 54-55). Ambas esferas,
ubicadas en el mismo espacio y tiempo, eran
complementarias una con la otra. Sin embargo,
la primera, al estar fundida en el Estado, no
pudo sobrevivir a la destrucción del imperio
durante la conquista. En cambio la segunda, el
de la religión “popular”, al estar impregnada
en el espíritu indígena no pudo ser del
todo asimilada por el cristianismo. Pues,
resultó que en ese movimiento histórico –de
conquista, independencia y República–, dicha
religiosidad sobrevivió junto a la comunidad
indígena, dentro de su más expresiva relación
social comunitaria. Y que pese al transcurso,
el poder mesiánico no pudo ser capaz de
borrar en su totalidad fragmentos de aquella
religiosidad incaica (Figueroa, 2015).
Sobre este caso, la mirada que tiene Mariátegui
(2007) resulta ser un poco más agresivo sobre
el evangelio, pues este, representaba ser para
las sociedades andinas, un destino inexorable
por el cual serían devorados sagazmente por
medio del culto y la liturgia, amoldándose
estos dos últimos, a la costumbre indígena.
Tal pasividad con la cual era recibido el
catolicismo, respondía –según el Amauta– a
que la hegemonía de la religión quechua, no era
potencialmente catequizador “ni inquisidor”
al momento de haber absorbido los demás
pueblos a su imperio. Es, de este modo que,
en aquel itinerario, este no propagaba una
“nueva y única verdad metafísica”. Pues esta,
fue una religión hecha de “sencillas alegorías”
que de complicadas abstracciones y, que en su
carecer espiritual y denitivo, el evangelio lo
consumiría perspicaz y miméticamente.
Simultáneamente a ello, tras el posicionamiento
de Occidente en tierras proscribes y connadas
a mecánicas de explotación. Los escenarios de
crisis demográca, feudalización, extirpación
de idolatrías y la desacralización de los
españoles, extractaban el corpus del panorama
andino (Burga, 1990). La introducción del
sistema colonial (Noejovich, 2009), el control
político e ideológico se consolidaron en el
Tahuantinsuyo tras la llegada del cuarto virrey
del Perú, Francisco de Toledo (1569-1581)
(Millones, 2001). La biblia, la sagrada escritura
y la palabra de Dios se condensaban como
instrumentos de comprensión, transmisión
e implantación en el (des)encuentro cultural
de dos mundos paradójica y religiosamente
distintos (Azcarate, 2015). Así, una vez
asentado esto, el proyecto católico asimilaría
todas las otras religiones desenterradas a una
sola Iglesia (Estenssoro, 2001) y que, junto a
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este plan salvíco universal, los indígenas
no habían sido excluidos a los ojos de Dios
(García, 2007), sino que vistos por este, como
inferioridad y de sometimiento.
la debacle de la religión andina y los
espectros de un final
Era en Cajamarca, en donde se había iniciado
el contacto, y a la vez, el derrumbamiento
del Tahuantinsuyo o el imperio de las cuatro
regiones (Medina, 1992). En ese lugar, días
antes de la ejecución de Atahuallpa, el rescate
signicaba un compás de aguardo y espera
muy benecioso para los conquistadores.
Pues, durante ese tiempo, Atahuallpa, no
comprendiendo bien a cabalidad lo que estaba
sucediendo en sus reinos y de lo que podría
llegar a venir, se preocupada e insistía más por
terminar las luchas por el poder del imperio
contra su hermano que en diseñar un plan de
resistencia contra aquellas fuerzas enemigas
venidas desde afuera (Burga, 1988). Era
entonces, que de manera literal y ominosa,
“el tiempo se consumía muy lentamente, [...]
los indios cargadores de los metales preciosos
llegaban con mucha parsimonia” (Burga, 1988,
p. 69). El escenario del que se hablaba era,
como lo cuenta Pedro Sancho, el siguiente:
Al son de trompetas y a través de un intérprete,
el Inca fue informado de la sentencia: se le
dijo que habría de morir por haber traicionado
a los españoles, y que era la voluntad de Dios
que muriese ‘por los pecados que había cometido
 en el mundo’ [...]. Su cuerpo quedo expuesto
 durante la noche a n de que todos tuvieran
noticia de su muerte. Al día siguiente, Atahualpa
fue objeto de funerales solemnes y fue enterrado
en la iglesia, en palabras de Sancho, ‘como si
 hubierasidoelprimerespañoldenuestrocampo’
(Ramos, 2010, p. 62).
En el relato que expide Sancho, “el honor que
recibió Atahuallpa al brindársele funerales
propios de un español, puesto que murió
luego de haber aceptado el bautismo”, –y que
según la interpretación de Gabriela Ramos
(2010, p. 63) responde e “implicaba ignorar
completamente el modo ideal de vivir y
morir de los incas”. Fue un abandono, que a
efectos de esta misma, como cuenta Burga
(1988, pp. 63-78), “Atahuallpa no murió
en condiciones normales. Los españoles lo
bautizaron, lo mataron en el garrote y luego
tuvo, supuestamente, un funeral más bien
cristiano”.
No resulta por eso raro que, la conversión
forzada a la religión cristiano-europea del
que asistió Atahuallpa, es vista en todo caso,
como una renuncia a la matriz y tradición
incaica, pero además, como un vaciamiento
de su propia identidad y frente a los suyos.
Ya que ser un malqui, o momia reverenciada
era el destino de todo Inca. Porque una vez
difunto, “su cuerpo seguiría siendo objeto de
cuidado, hablaría por boca de otros y en cierta
forma derrotaría a la muerte. Eso es lo que
[se] esperaba que sucediese con su cuerpo”
(Millones, 2006, p. 24). Y sin embargo, esto
nunca pasó.
Pues, como señala el antropólogo Luis
Millones (2016), las razones por las cuales
Atahuallpa decidió ser juzgado con criterios
cristianos se reduce al temor de dejar de
interceder en la vida de muchos, el miedo a ser
olvidado y ser consumido por este postremo,
y que en su camino oscuro, la aprensión de ser
abandonado, no dejaría existencia o memoria
alguna que quedase en la tierra sobre este.
Estos componentes aunados a otros como la
desesperación que sintió Atahuallpa, cuando se
lamentaba en su triste cautiverio desde donde
lanzaba imprecaciones contra Pachacamac
ante su impotencia de acabar con su destino y
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de haberlo abandonado a su suerte: “anunció
-decía- que su padre Huayna Cápac sanaría
y murió, dijo a Huáscar que triunfaría y fue
derrotado y se equivocó de nuevo cuando
anunció el triunfo de Atahuallpa sobre los
españoles. Por eso se atreve a llamarlo” –según
Burga (1988, p. 58) – “mentiroso”.
Todo esto, junto a aquellos elementos que
se desconocen, hicieron que de manera
irreversible el Inca asumiera su consumación;
pero de resistirse al bautismo, su cuerpo se
habría consumido en las llamas, y de esta
manera, hubiese perdido la oportunidad,
una vez convertido en momia, de seguir
interviniendo en los avatares del imperio. Esto,
por encima de la presencia de los invasores
(Millones, 2016). De ahí, que la decisión sobre
cómo sería su muerte, tuvo otra gura a la que
tradicionalmente se conocía por los incas. A
esta narración, el marqués Francisco Pizarro
(1478-1541) introduce nuevos elementos en el
discurso, según este:
Cuenta que luego de haber muerto Atahualpa,
unas mujeres le pidieron que les permitieran
ingresar al aposento donde el Inca había pasado
su cautiverio. Una vez dentro, lo buscaron y
llamaron, cumpliendo así con un ritual funerario
acostumbrado entre los incas y otros pueblos
andinos. [Sin embargo], al no recibir respuesta,
las mujeres prorrumpieron en llanto, pues
pensaron que el silencio era señal de que el inca
ya no regresaría. Pizarro intervino entonces para
explicar a las mujeres lo que para él era el
verdadero sentido de la resurrección,
asegurándoles que los muertos no volverían
 hastaeldíadeljuicional (Pizarro, citado por
Ramos, 2010, p. 67).
En esta escena de confrontación ideológica
sobre el entender de la muerte entre las vírgenes
y Pizarro. Atahuallpa se había quedado mudo
para las vírgenes, extenuado y tragado por
el silencio había dejado de responder como
generalmente sucedía con cualquiera de sus
antecesores o de otros pueblos andinos. Este,
había perdido la fuerza vital o primordial
que animaba la creación (camasca o camaquen)
(Rostworowski, 2007), su corazón (sonqo),
había dejado de latir, y con ello, el Imperio
Inca. Y como anota Kaulicke Roermann (2000)
sobre esta fuerza anímica emplazando que, si
un camaquen pierde su poder del habla, este,
inmediatamente se convierte en opa mudo o
acabado (atisca). Expresión que se relaciona
con el término upani que signica sombra
como ánimas en el estado de muerte, débil y
errante.
De esta manera, tras la expiración del
último soberano del Tahuantinsuyo, se daba
rudimentos de inestabilidad en los andes,
los dioses enmudecían, absorbidos todos por
el silencio callan, se vuelven embaucadores
y falibles (Burga, 1988). En efecto, con “la
ejecución de Atahualpa [que] virtualmente,
aparece como la primera condena de la
inquisición en el Perú” (Mariátegui, 2007, pp.
140-141). Cusco, que era el centro y el origen
del mundo de los incas, aquella representación
histórica-sintética “que estaba en el centro del
cosmos, […] ordenado por los dioses, y [que]
servía de punto de comunicación directa con
el mundo de las divinidades” (Pease, 2004, p.
86), y de ser un espacio perfecto y sagrado en
donde por primera vez se realizó los ritos de
la ordenación del mundo, captarían nuevos e
infrecuentes comportamientos, unos, jamás
pensados y vistos en la terrenalidad indígena
hasta entonces.
El Cusco y el Inca, como hace mención Franklin
Pease (2004, pp. 95-101), “estaban, además
indisolublemente unidos; si la ciudad era un
centro del mundo jo, el Inca era uno movible
y vivo”, era el Inca quien materializaba al
Inti, el “Sol de la tierra”, y sin embargo, aquel
Acta Herediana vol. 63, N° 2, julio 2020 - diciembre 2020
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mediador de los tres mundos, había llegado a
morir bajo los términos de Occidente. Y tras
su deceso, el imperio, las cuatro fracciones del
Tahuantinsuyo en los andes que simbolizaba
la totalidad, la perfección y la plenitud (Pease,
2004). Aquella integridad que en el mundo
andino se representaba como la conexión
armónica entre la naturaleza, las deidades
y la comunidad humana (Grillo, 1991), del
compartir y de aquel diálogo circular que
componía la vida en el universo andino a
través del agua y que reposaba entre su gente
los principios de reciprocidad, terminarían
años posteriores por fracturarse y a dejar de
ser lo que era.
En el sentido más puro, las relaciones
sociales que ordenaban la estructura incaica,
se seccionaban tras la defunción del último
señorío Inca. Y esto, no era más que el inicio
de una larga etapa histórica, pues, como bien
cuenta e ilustra Mariátegui (2007), tanto la
conquista como la colonia, la independencia y
la República, por ser y estar en su naturaleza
como hechos políticos, representaron –después
de aquella incrustación espiritual foránea–
poderosas rupturas y desligamientos con el
pasado incaico.
Hasta aquí, todo parece ser catastróco, y
sin acabar esta idea de lo que signicaba el
fallecimiento. Desde una visión antropológica,
en sus estudios sobre la muerte, Louis-Vincent
Thomas (1983, pp. 53-54) –en relación a los
negros africanos– señala que:
 Laetapanaldelamuerteseproducecuandoel
esqueleto ha desaparecido por completo, o
cuando la familia del difunto se extingue, o
cuando por haber perdido el recuerdo del muerto
 ya no hace sacricio para él (éste no tiene
entonces los recursos requeridos para mantener
su vida en el más allá).
Atahuallpa, quien había orecido oprimido a
las cosechas del tiempo y la historia occidental,
dejaría de existir (ka) en 1533. Un nal, al cual
ni las Huacas, los Apus y los propios incas
pudieron escapar anímicamente. El caos y la
muerte, campeaban, estaban y eran el presente
en los 4 suyos. Algo que no era de extrañarse,
ya que en uno de los pasajes místicos que
desarrollaría Garcilaso de la Vega (1609),
escribe que, durante los años en que gobernaba
el Inca Yáhuar Huácac, este, como si fuera su
compañera, se sentía atormentado y aigido
por las voces de la muerte, aun destino y nal
del cual no tuvo alternativa, y que al término
de su vida, tuvo que afrontar con ello.
A diferencia de lo que signicaba morir en
el mundo andino. Desde la perspectiva del
cristianismo, “la muerte se ha planteado con
frecuencia el problema del n del mundo, a
veces ligado a la aniquilación denitiva del
universo, o a la existencia de su juicio nal, o a
la victoria de una religión universal” (Thomas,
1983, p. 26), y si la muerte actuase como una
fuerza que puede unicar o desintegrar
dimensionalmente al universo y a los grupos
humanos. En los andes, “la muerte actuó
como una fuerza que no solo tuvo un ímpetu
destructor, sino que también fue fundamental
en la construcción de la sociedad colonial”
(Ramos, 2010, pp. 16-17). No obstante, como
reitera y refuerza Ramos (2010, pp. 57-58), este
espectro no operó solo:
[Pues] la muerte, la guerra y la violencia fueron
aspectos centrales en la fundación de la sociedad
colonial por su poder comunicativo, por la fuerza
que ejercieron para generar hegemonía y por
el papel clave que cumplieron en la formación
del sistema de autoridad y, en consecuencia,
de las instituciones de justicia y religiosas que
constituyeron la base de la sociedad.
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De esta manera, el epílogo de lo que se conocía
como imperio incaico –como lo indica Guillén
(2005) llegaría en último lugar en 1572, con la
muerte del último monarca del Perú autónomo
y la destrucción del ejército Inca bajo los signos
de la guerra en la legendaria y vieja región del
Vilcabamba (Cusco). En este último, y más
antes en Cajamarca (1532), el ser más sagrado
de la religiosidad andina, Viracocha, el más
antiguo y padre de las huacas regionales y
regente de sus coterráneos (Burga, 2005), aquel
que se opinaba ser como el encuentro de los
mundos de arriba/afuera y abajo/adentro, así
como de las “tensiones y la homeostasis del
microsistema universal en los andes” (Garrafa,
2014, pp. 244), se había ido; pero esta vez,
contrariamente a la dirección recorrida en su
labor civilizadora (Burga, 2005).
Podría decirse entonces, que sin “Wiraqocha”,
y con la muerte de los hijos del Sol, en la
creación cósmica andina se fulguraba un
espacio en blanco, de vacío e incertidumbre
en el núcleo indígena y entre las sociedades
andinas de lo que devendría después, y sin
más, terminaba este episodio por ingresar a una
atmósfera cubierta por desbalances siderales y
simbólicos y caósmicos. Esto, debido al vacío
religioso que habría dejado Viracocha entre su
pueblo y el corazón incaico.
Sobre este último, en una extensa cita del
lósofo Huston Smith (2011, pp. 369-370)
en referencia a las primeras páginas de El
Pensamiento Salvaje (1962) de Claude Lévi-
Strauss, el autor asevera lo siguiente:
Lévi-Strauss cita la penetrante idea de un
pensador nativo en cuanto que ‘todas las cosas
 sagradasdebentenerunlugar’.Estaobservación
sostiene que la localización en un lugar –no en
cualquier lugar, sino un lugar exacto y apropiado
para que cada cosa en cada momento– es un
 rasgodesanidad.‘Loqueconsagra(alosobjetos)
–continúa diciendo Levi-Strauss– es el estar en
su lugar, porque si los quitaran de su lugar,
aunque fuera por el pensamiento, se destruiría
todo el orden del universo.
Sumado a esta reexión, con un silogismo
sobre la idea de identidad y de estar situado
en el mundo y al tiempo que toque, así como
lo entienden, Joan Foní y Vicente Rufí (2001,
pp. 17), “el lugar proporciona el medio
fundamental a través del cual damos sentido
al mundo y a través del cual actuamos”. En
las culturas y sociedades andinas, partir de
la terrenalidad es el inicio y el nal de un
ciclo. Dicho de otro modo, las formas de
pensamiento, de captar y ver las disímiles
representaciones de vida existente, parten y
brotan desde el espacio y de estar en él y de
volver a él, del lugar como punto de referencia
de todo lo que los rodea. Así, este les permite
asociar más profundamente la tierra con su
propia identidad y del más allá. Esto explica
del porqué:
[Que cuando] Huayna Cápac se alejó de la
ciudad sagrada y permaneció en el norte del
Tawantinsuyu más tiempo del requerido para la
expansión, la buena administración de la
población o del territorio, provocó una situación
 desordenada (caos) en el mundo religioso. Al
alejarse largo tiempo del Cuzco, Huayna Cápac
formo otro eje del mundo rival. Se instaló en
Tumipampa que, de este modo, quedo convertida
en un lugar sagrado de mayor prestigio [...]
El prolongado alejamiento de Huayna Cápac
de la ciudad del Cuzco motivó de esta manera
una ruptura en varios campos de la estructura
unitaria del Tawantinsuyu, al originar un centro
del mundo rival del Cuzco e inaugurar una
época de predominio de la aristocracia no
 cuzqueña,yesqueel‘hijodelsol’llevabaconsigo
su carácter divino dondequiera que se encontrara
(Pease, 2004, pp. 96-97).
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De esta manera, la usencia o el vacío, o, el hecho
de apartar algo sagrado que antes ocupaba
un lugar en el espacio –no siempre este
perceptible– o en cualquier tiempo o del que se
pudo venir. Es como explica, provoca devastar
el orden prestablecido en el cosmos. La ruda
razón y el efecto de ello, según Armstrong
(1995), es que como en cualquier grupo social
histórico, sea el espacio que sea o el tiempo en
el que llegue a ubicarse, los seres humanos no
pueden soportar el vacío y la desolación, y que
pese a todo, nalmente, buscarían la manera
y el modo de como rellenar ese hueco o vacío
creando una nueva perspectiva de sentido
para volver, en cierta forma, ya sea a su propia
estructura originaria o de estado natural, o, a
una totalmente renovada y diferente forma de
vivir.
presagios y desgracias futuras
En contraste a la religión de Occidente,
que dividía al universo que lo rodeaba en
cielo, purgatorio e inerno de una manera
enteramente ideal y exacto a su vivir; el hombre
andino tenía otra mirada por el cual regían
los astros y los humanos y también, en donde
habitaban los muertos y todo germen que
daba la vida. Una cosmovisión más objetiva y
funcional sobre el universo al que denominaban
como Pacha o tierra, aquí, se ubicaban todas
estas existencias, en un solo espacio y en un solo
tiempo, puesto que no existía otro (Espinoza,
2014). Esta Pacha se dividía en tres partes. Una
heredera de un clásico formato diseñado por
el historiador peruano Luis E. Valcárcel (1891-
1987), que según este, las tres zonas del mundo
sagrado eran:
El Hanan Pacha o mundo de arriba, donde
moraban los dioses celestes, el Cay Pacha o
 mundo de la supercie donde habitaban los
hombres, y el Ucu Pacha, mundo del subsuelo
 (ctónico) en que vivían los dioses relacionados
con la fertilidad y los muertos [...] Fuera
cual fuera la situación, los diversos mundos
conformaban, así, un todo sagrado, y entre ellos
se encontraban diversos puntos de contacto
(Pease, 2004, pp. 87-88).
Que, una vez alterado el orden sobre aquel
universo de diálogo y reciprocidad, de
igualdad y de incompletitud, donde se confería
la colectividad natural (Grillo, 1991) y de
deidades tutelares o seres de enorme poder
que intermediaban entre estos espacios del
cosmos (Garrafa, 2014), por las irrupciones
de la fe católica, se desarticularían natural y
comunicativamente. Pues, antes que nada,
como era de saberse, en este mundo, el Hanan
Pacha se comunicaba con el Kay Pacha, siendo
mediador de esa comunicación decisiva y
articuladora, el Inca (Espinoza, 2014), y si este
último no habitaba más, ¿Cómo podía esto
seguir estando unido al otro, bajo qué entidad
o lenguaje?
Es sobre estas fallas y aquezas del mundo y su
perfeccionamiento, como lo ve la civilización
de América precolombina. Ya que resulta que,
como lo ven ellos, el mundo perece y acaba
“cuando ‘el sol esta fatigado’; si los hombres
rompen los pactos que los unen a los dioses,
etcétera” (Thomas, 1983, p. 27). En esta última
eventualidad de lo que vendría después, es que
la Pacha, llegaría a colapsar, y no solo porque el
contacto se había perdido, sino que además, esta
venía con un trágico destino ya marcado por
oscuros presentimientos. Una que por cierto, el
mismísimo Pachacutec –noveno soberano Inca
que fue catalogado como el transformador del
mundo y que dio estreno alrededor de 1438 al
imperio en cusco–, ya lo veía venir entre sus
presagios.
Sobre esta ración, en una extensa línea, el
arqueólogo alemán Peter Kaulicke (2000, pp.
26-28) aludía que
:
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La muerte de Pachacuti se inicia con una
asamblea de todos los señores del Cuzco y
sus hijos con el n de anunciar su deseo de
‘descansar y que se quería ir al sol’ y para
ordenar el gobierno después de su muerte.
En las vísperas de su deceso tiene visiones
del futuro (también las tuvo al inicio de su
‘carrera’): profetiza las rebeliones que Topa
Ynga tendrá que combatir durante toda su
vida y anuncia otro pachacuti después de la
muerte de Huaina Capac, el cual culminará
con el n de ‘los señores Yngas’ [...] La muerte
de Huaina Cápac, en cambio, tiene visos de
muerte trágica. Muere enfermo, sin uso de
razón, no es capaz de nombrar un sucesor
aceptable y llegan mensajeros con noticias
acerca de los europeos, cumpliéndose la
profecía de Pachacuti. Esta faceta trágica es aún
más notoria en la muerte de su hijo Atahualpa,
quien sufre una muerte violenta.
Estas premoniciones de fatalidad sobre el
imperio, igualmente, Huayna Cápac, hasta
el último día de su vida, lo notaba entre sus
sueños y sombras a manera de signos y de
símbolos de destrucción del trágico nal
en el que su vida y su imperio acabarían.
En el mito inferido por Monge a través de
Taylor (1999), este menciona que después de
la alianza mítica (Costa y zona altoandina)
hecha entre Cuniraya y Huayna Cápac, estos
mismos, desaparecieron y que la rivalidad
de los hijos de Huayna Cápac, Huáscar y
Atahuallpa, provocarían el derrumbe de su
señorío (Monge, 2011). O como nos reere la
Dr. María Rivara de Tuesta (2000, citado por
Monge, 2011, p. 171), “en un episodio de la
vida del Inca Huayna Cápac cuando a éste se
le presenta un ‘fantasma’ que vaticina el arribo
de hombres blancos al Tawantinsuyu”, y que
en su devenir, este estaba maldito, ya que traía
consigo, la caída de la nobleza, del pueblo y de
todo el poderío Inca hasta entonces forjado por
los emperadores.
En esta connotación, el Inca Garcilaso, virtuoso
en fantasías y comentarista por excelencia,
expresaba que durante el gobierno de Huayna
Cápac:
Hubo anuncios de desgracias futuras: un águila
 real(anca)perseguidaporseiscernícalosyseis
halcones cae herida en la plaza principal del
Cusco y luego muere. Fuertes temblores sacuden
la tierra, grandes olas marinas golpean la costa;
cometas recorren el cielo y tres extraños círculos
de diferentes colores rodean a la luna. [Bajo esa
ranura], la intención de Garcilaso –así vaya para
esto más allá de la realidad– es indicar que
presagios, impotencia y resignación comenzaron
a invadir la conciencia de las noblezas gobernantes
antes de que los españoles desembarcaran en
Tumbes (Burga, 1988, pp. 57-58).
Un desenlace lleno de guras míticas, al
cual fácilmente se podría caer en falsas y
erradas interpretaciones; pero que con toda
certeza, al que el mundo de los incas estuvo
sentenciado desde tiempos pretéritos e
inscritos por enormes y protervos presagios
llenos de angustia y temores que aigían a la
ya fraccionada nobleza indígena gobernante.
Sin embargo, esto no se alejaba de lo real que
pudo ser aquella etapa en el periplo del Inca,
pues, en torno a 1525, Huayna Cápac y en sus
105 alcázares, se presenciarían una serie de
noticias sobre la llegada a las costas del Pacíco
de un reducido grupo de extrañas almas con
“barbas, que bajaban de casas que otaban en
el mar, poseían unos extraños animales ágiles
y fuertes más grandes que las llamas y que,
con armas desconocidas, iban cometiendo
atropellos a medida” que avanzaban a su reino
(Dall’Orso, 2005, p. 223). Frente a este colofón
que se presenciaría después, según Burga
(1988, p. 93):
Los indígenas derrotados concebían que las
acciones de los hombres estaban determinadas
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por los dioses: sus huacas. Para ellos, la
derrota de Cajamarca, saqueo de Pachacamac
y la toma de la ciudad del Cusco, en la pluma
de Garcilaso, fueron pruebas contundentes
para demostrar la superioridad de los dioses
cristianos [sobre ellos].
En esa dirección, el simbolismo de un Dios
absoluto que puede representarse y tomar
forma en el arte y la escritura, y que fácilmente
conseguiría transmutarse en el pensamiento
de las sociedades andinas, y que desde ahí,
poder convertir las esperanzas en materia, es
un Dios occidental que en su trascendencia
no tiene limitantes y ninguna nitud sobre
lo que se venga a este. A diferencia, sobre la
cita que se desprende arriba, apetece con
mucho cuidado mencionar a lo que se reere
como escritura, puesto que resulta, que la
capitulación del mundo sagrado de los incas,
estuvo –según Burga (1988) –, en la péndola del
Inca Garcilaso. Al respecto, en una sustancial
composición hecha por Huston Smith (2011, p.
366), este imprime que:
Las religiones primitivas son verbales porque
se desconocía la escritura. Aunque es cierto
que la alfabetización ha llegado a alguno de
los grupos que la practican, sus líderes no
permiten que se difunda para conservar la
tradición local, pues creen que someter a los
signos inertes de la escritura las leyendas y los
mitos vivos sería como encarcelarlos, como
anunciar su muerte.
Un edicto provocador por su mismo desenlace,
ya que posiciona el carácter mitológico del
pensar andino y de todo aquello que se anexe
a esto en la escritura, en una que la encierra
y acaba implosionando con ella cuando lo
legendario termina siendo escrito. Pues, resulta
que fueron los mismos cronistas quienes
concluyeron con esa preeminencia mítica, que
sin duda, representó para el panteón andino,
hundir a las huacas en la pasividad y la
desidia. En efecto, aunque se quisiera agregar
nuevos elementos para la comprensión de
aquel crepúsculo andino. El recorrido exitoso
según Burga (1988, pp. 61-62), lo atribuían
determinantemente “a la intervención
providencial de Dios y la determinación
pacíca de Atahuallpa”. Así, el poder espiritual
del que poseía el español se había impuesto al
temporal del que el indígena se alimentaba
día a día en sus tierras. En ese contexto, el
catolicismo occidental había terminado en su
recorrido por el imperio a desplazar el poder
anímico incaico (Mariátegui, 2007). Y esto, era
apenas algo que recién comenzaba a tomar
forma.
convulsiones y eMergencia en los andes
Tiempo después, “el cambio de las pléyades
anunciaría el retorno de las huacas, resucitadas
y multiplicadas” (Villegas, 2011, p. 116)
gracias a la renovación del ritual, con cánticos,
temblores e inundaciones, propugnando la
curación del mal y el abandono de todo aquello
traído por Occidente (Martínez, 1998). Los
profetas andinos, anunciarían a Taki Onqoy (la
enfermedad del canto), como un movimiento
indígena de gran complejidad surgido en 1559
en el corazón de los andes, más exactamente,
en las tierras de Huamanga (Ayacucho), que
en principio, proclamaba como revancha a una
derrota anterior y la “unicación y amistad
entre las huacas del Titicaca y Pachacamac, con
la nalidad de resucitar la antigua religión”
devastada (Espinoza, 2014, p. 11) y así poder
enfrentarse en una decisiva batalla contra el
Todopoderoso.
Los relatos llegaban a expresar que en esta
confrontación olímpica, las huacas recobrarían
sus fuerzas debido a la recomposición de su
culto y el olvido de su ritual (Millones, 2007). De
esta manera, era el rito, aquello que los traería
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de vuelta y, se decía que estas huacas tornarían
con todo su poder y derrotarían al Dios cristiano,
reestableciendo así, el equilibrio del mundo, el
que alguna vez existía y fue destrozado por la
conquista (Villegas, 2011). Entre ceremonias
antiguas, cantos y embriagueces, los indígenas
celebraban el retorno de sus antes enterradas
huacas en un periodo de imposición y dominio
colonial. Sin embargo, estos dioses andinos
regresarían no solo para castigar con plagas
y enfermedades a los invasores peninsulares
por haberlas destruido en el pasado sino
también a los indios por habérseles ocurrido
construir una sociedad sin ellos, de haberse
bautizado y vuelto cristianos; y, que para
evitar toda enfermedad y muerte, los indios
debían de renegar y maldecir del Dios intruso,
de su modo de vida y de su lengua al que se
sujetaban diariamente (Enrique, 2009).
No mucho después, a principios del siglo
XVII, enterados los sacerdotes católicos de la
persistencia de este tipo de cultos y rituales
andinos, surgiría en nuestra historia un edicto
de interminables campañas contra la idolatría,
la destrucción y colonización espiritual de
una cultura. Uno de los “genocidios más
grandes que no sólo se contentó con esquilmar
y aniquilar indios, sino presumió liquidar
o desenraizar” desde las profundidades su
esencia más pura (Espinoza, 2014, p. 5). Esta
brutal cacería religiosa, de despojo identitario y
de desestructuración del lenguaje y la retórica
del indio, fue conocida como “la extirpación
de idolatrías” o “la inquisición”. Expresión de
amplios pasajes pastorales y evangelizadores
que consistió en la persecución de idólatras
sin misericordia alguna y la destrucción de
templos, adoratorios y santuarios forjados para
aquellas deidades andinas que la moraban
(Gutiérrez, 2013).
La extirpación de idolatrías o la guerra contra
las religiones autóctonas como la denominaría
Manuel Burga (1990), aparecen ante un
desequilibrio religioso de la fe cristiana y de
una crisis existencial entre los indígenas por
haber promovido otras prácticas religiosas que
no sean las del evangelio. Por ello, recristianizar
colonial y espiritualmente tuvo dos caminos
para aquellos a los que se culpaban por las
desgracias que sucedían en el mundo andino.
La primera, era el de aferrarse a lo andino y
morir con sus antepasados del siglo XVI. La
segunda, el de cristianizarse, promover la esta
patronal cristiana e inventar nuevos rituales
dentro de un contexto colonial que asumiera a
Dios como la imagen más poderosa por sobre
otra. Este último, implicaba desechar toda
estirpe y herencia de ritual andino, que, como
consecuencia provocó a lo largo del tiempo,
el empujar a la clandestinidad e ilegalidad
de estos ritos. En otros, este probaría que, en
ausencia de las imágenes de origen andino,
los indígenas llegarían a apropiarse de las
católicas haciéndolo suyos y que en torno a
cada una de ellas se elaboraría una historia
sagrada con elementos cristianos con tal
coherencia y precisión que constituyese ser un
cuerpo ideológico diferente al de sus orígenes
(Millones, 2001).
Así, esta conversión o de abandono de los
saberes andinos sagrados por el bautismo y
el ritual católico, hacían del indio, “otro”, uno
más asociado y ligado a la religiosidad cristiana
que de sus propias raíces. Tal conducta,
hacían de las huacas y de la cosmogonía
andina, su pronta postergación en el tiempo.
Pues, nalmente, los alcances del sincretismo
religioso en los andes, los nuevos dogmas,
ritos, santos, imágenes quedaron integrados a
la vida espacial y orgánica de las comunidades
oriundas (Martínez, 1998). Esta conversión,
como lo entiende Estenssoro (2001), no es un
proceso lineal de abandono progresivo de una
religión, sustituida por otra. Tampoco supone
la coexistencia de dos sistemas herméticos, por
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el contrario, su fusión cristaliza un mestizaje
conciliador. Contrariamente a esta posición,
Andrade (2004) plantea que dichos procesos
de occidentalización de los pueblos indígenas
supusieron ser problemáticos, enfatizando que
esta asimilación y la aculturación progresiva es
una realidad inevitable, que en vista de todos
puede verse desaparecer manifestaciones
y creencias ancestrales. Sin embargo, para
algunos (García, 2007), dentro de este universo
de yuxtaposiciones resultante de la conquista,
aún es evidente que las fuerzas ancestrales
indígenas pulsan estar en diferentes espacios y
sobreviven a pesar de todo.
Sobre este último tapiz, el movimiento dejó
secuelas de que a medida que se integraba la
nueva religión en los indígenas. Esto permitía
verse a mismos como etnias con diferentes
identidades a la que les había provisto el
Tahuantinsuyo en sus orígenes. Pues, tras 500
años, se ha llegado a un punto en donde, muy
aparte de otorgarse intercambios y procesos
de mestizajes religiosos, también se asiste a
sólidos desencuentros culturales y religiosos
que atraviesan a los andes. Acoplándose a
esto, invectivas de mercado y globalización,
fenómenos que condicionan fuertemente el
concepto de identidad y religiosidad en estas
tierras del ande (Millones, 2010).
conclusiones
1492 y las fechas posteriores a este, no dudan en
ser marcadores de una serie de reexiones poco
terminados en el ahora. Una de estas fricciones,
viene a ser el referente de la conquista en Perú.
Pues, antes de la inserción de Occidente al
Imperio Inca, este último poseía dos esferas
religiosas bien tipicadas que lo habitaban y
del que reseña Mariátegui en sus escritos. La
primera, como instrumento de poder, estuvo
estrechamente agnado en el señorío y el Estado
Inca, de manera que, durante el tiempo que
duró la conquista, este no pudo sobrevivir a
la destrucción cósmica del imperio. Mientras
que la segunda, de composición animista,
tuvo su existencia y sus comienzos en lo más
profundo de la tierra y del que se alimentaba
el indígena el tiempo que duraba estar en
ella y que, a diferencia del primero, pese a los
advenimientos de otras contractivas como la
extirpación de idolatrías en el siglo XVII, este
no resultó ser extinguida del todo. Esto es, a lo
que podríamos denominar como resistencias
eternas, unas que acompañan sin importan el
momento y la historia que sea. Pues, a través
del rito y la retentiva, pueden evocarse una y
otra vez e innitamente, esto, sin que se llegue
agotar la memoria como motor de ello.
Han tramontado los tiempos, y los espectros de
la colonia nos persiguen, son nuevas fuerzas
cada vez más poderosas y renovadas que intenta
acabar con aquello al que se llama pasado. No
obstante, a pesar de todo y contra todo signo
de imperio, desde los extramuros de la historia
andina y la imagen de “los de abajo”, comienzan
por emerger y a uir nuevas identidades y
símbolos de resistencia frente a esta compacta
cohesión y de imperativos ecuménicos. Los
nuevos discursos contestatarios del cual se
sirven y nutren los pueblos andinos coneren y
reconstruyen fragmentos dejados en el pasado.
A partir de ahí, del recuerdo y la memoria,
como fuentes de acompañamiento, retoman
su impulso frente a un mundo aberrante que
termina por desmoronarse a vista de todos.
En efecto, en los albores del siglo XXI, el
mundo andino asiste no solo a los aluviones de
Occidente. Ya que, una siguiente interrogante
será después, ¿Cómo entender a Pachacútec en
la Aldea Global?
referencias bibliográficas
1. Andrade, S. (2004). Protestantismo indigena. Procesos de conversión
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correspondencia
franklin.canaza@ucsm.edu.pe
Fecha de recepción: 03-03-2020.
Fecha de aceptación: 15-07-2020.