Acta Herediana vol. 62, N° 2, julio 2019 - diciembre 2019
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Acta Herediana vol. 62, N° 1, enero 2019 - junio 2019
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tantas partes como sea posible, en benecio de
una mayor comprensión, se establezcan muros
entre las disciplinas cientícas y las humanistas
que funcionan como divisoria de aguas y
haciéndolas ver como ajenas, excluyentes o
incluso antagónicas.
Cuando un médico desarrolla su labor
profesional debe tener presente que frente
a sí no solo tiene a un cuerpo con toda su
maquinaria metabólica sino a una persona que
tiene una identidad, creencias y una cultura,
además de una historia determinada por el
entorno en el que ha crecido y desarrollado.
En síntesis, un todo que es más que la suma de
las partes; pero, se aprecia en el ejercicio actual
de la medicina una tendencia a la cosicación
y tecnicación, a un apego cuasi dogmático a
los procedimientos, métricas y guías clínicas
antes que poner tales marcos normativos o
escalas de puntaje en el contexto particular de
cada caso. Parece ser que se inclina la balanza
a atender enfermedades y no enfermos.
Para recolocar el foco de atención en el todo,
en la persona en sí, se requiere algo más que
el apego escrupuloso a las técnicas cientícas.
Se necesita desarrollar el juicio crítico, la
curiosidad por saber más, así como una
comprensión de las necesidades del otro.
Se hace imperativo el fomentar la creación
de estudiantes con una densidad cultural
que los acerque a la humanitas planteada
originalmente por Cicerón y retomada por
Petrarca, es decir el sentido de lo humano,
cargado de empatía, tolerancia y respeto. En el
caso de la medicina, lo humano es interesarse
por la enfermedad que padece la persona, con
sus matices particulares antes que a la aséptica
aproximación de que toda enfermedad se
aborda de la misma manera. Las formas de
presentación de la enfermedad, así como la
respuesta al tratamiento, están condicionadas
por el comportamiento y los denominados
determinantes sociales. Entender este lado
humano nos dará mejores herramientas de
trabajo.
Las humanidades aproximan la medicina a
los abismos y alturas de la condición humana.
La lectura de un libro, la contemplación de
obras de arte o la audición reposada de la
música permiten detener el pensamiento de
su vorágine promovida por las obligaciones
diarias abriendo el espacio y el tiempo
necesarios para la reexión. Pero esto que
parece propio del buen uso del tiempo libre
no es suciente en el acto académico. Las
humanidades son más que ello y sin ánimo
de reducirlas a compartimientos estancos
debemos mencionar a la losofía, la historia,
la ética, la lingüística y las ciencias sociales,
disciplinas que los estudiantes universitarios
deberían estar familiarizados no tanto como
cursos donde se tiene un único libro de texto
y que son evaluados mediante pruebas de
respuesta múltiple sino como cursos donde
los alumnos, a la par que adquieren conceptos,
desarrollen una capacidad de lectura crítica,
de formar argumentos sustentados, de ser
creativos e imaginativos así como tener la
capacidad de comunicar sus ideas de un modo
coherente.
La formación de un pensamiento crítico es el
mejor antídoto contra los fundamentalismos
que pueblan la práctica médica, tan apegada
hoy a la tiranía de los algoritmos y a la
monotonía ciega de las guías clínicas. En un
escenario donde los conocimientos se han
fragmentado hasta la ultra subespecialización,
las habilidades para integrar conocimientos
de diversas disciplinas y el ejercicio de la
profesión en función de la persona particular
se convierten en un privilegio y en una
ventaja comparativa, esto último expresado
en un lenguaje tan preciado a las prácticas de
administración.